Por Fernando Londoño Hoyos
Acusado de la desaparición forzada de 11 personas que habrían salido vivas del Palacio y que después de torturadas en la Escuela de Caballería se perdieron en la nada, ha tenido que sufrir el coronel Alfonso Plazas Vega el calvario del proceso más inicuo.
Empecemos por aclarar que el Coronel no está en la línea de mando de los que tendrían que responder como parte de esa empresa criminal que es el Ejército de Colombia, como los jueces de hoy lo califican. De modo que la famosa teoría de Roxin, por la que pasaría preso todos los días que le queden de vida al general Arias Cabrales, no encaja con Plazas. Era menester una prueba específica de su culpabilidad. En otras palabras, hacía falta un adecuado Pitirri.
La fiscal Ángela María Buitrago creyó conseguirlo. El testigo estrella. El hombre perfecto. El sabedor de todos los secretos y merecedor de todo crédito. Era un tal cabo Édgar Villamizar Espinel, que le habría aterrizado en una rarísima diligencia en la Escuela de Caballería, en la que la Fiscal buscaba restos de los desaparecidos. Y en lugar de muertos, encontró este muy vivo ejemplar, quien declaró ante ella y el procurador Henry Bustos Alba todo lo que les convenía saber.
La Fiscal empezó a enredarse muy pronto con su testigo consentido. En una sola diligencia lo bautizó Villamil, Villarreal y Villamizar, y eso no lo notó nuestro cabo cuando leyó y firmó la curiosa acta. Luego, lo trasladó a Bogotá desde Granada, en el Meta, cuando el Ejército no trajo un solo hombre de ese lugar en aquella fecha. Para colmo de males, lo transportó rompiendo todos los récords de velocidad, montado en un helicóptero militar con 14 hombres. El Ejército, de malas doña Ángela, no tenía un solo helicóptero de aquella capacidad.
La Fiscal del caso: Ángela María Buitrago
Pero el hombre llegó al Palacio. Y tuvo contacto inmediato con Plazas, extraño privilegio de recién llegado, a quien le oyó decir, refiriéndose a las víctimas, que había que colgarlas a todas, regalándoles de contera una terrible palabrota. Por la noche de la victoria, y las siguientes, Villamizar fue el único que vio llegar a Caballería a estos desgraciados. Y el único que los oyó quejarse de las crueldades que padecían y el único que supo de su trágico destino. El testigo perfecto.Como cualquiera supondrá, Villamizar no apareció en el juicio. Los abogados de Plazas se cansaron de buscarlo y de pedir su citación. La Buitrago, imperturbable, decía que el testigo que sabía tanto había desaparecido por miedo a sufrir un accidente. El contrainterrogatorio fue imposible. Por eso, Villamizar no podía ser sorprendido en falta. El testigo seguía siendo perfecto.
Pues acaba de aparecer. Lo encontró un periodista investigativo, Ricardo Puentes Melo, a quien le confió toda la verdad: nunca salió en aquellos días de Granada; nunca vino a la Escuela de Caballería por las mismas calendas; no conoce de vista al coronel Plazas. Y, por supuesto, no hubo tal diligencia con la doctora Buitrago y el doctor Bustos. Jamás dijo lo que se le atribuye y no es suya la firma que estos próceres de la justicia dijeron ver que estampaba. Todo es un montaje. Una colosal estafa a la Nación entera. Ya nuestro hombre se presentó ante el Procurador General de la Nación y le dijo todo lo anterior, con el respaldo de su firma y su huella dactilar, esas sí auténticas.
El juicio del Palacio de Justicia ha rodado por el piso, como las estatuas de Pompeya ante la fuerza del Vesubio. De esa farsa no quedó nada. Plazas volverá a la libertad, la que nunca debió perder, y la doctora Ángela Buitrago y el procurador Henry Bustos tienen ganado puesto de honor en la Historia Universal de la Infamia. “Para verdades, el tiempo; y para Justicia, Dios”.
Junio 17 de 2011
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